En variadas ocasiones, sin
mediar estudios que respalden lo que se opina, se habla de “buenas” y “malas”
especies forestales, satanizando inclusive a algunas.
Es cierto que si la naturaleza lo hubiese “querido”, existirían naturalmente eucaliptos en México, como hay pinos, encinos y cactáceas, a nivel de centro de origen y diversidad genética. Sin embargo, eso no hace a las especies exóticas “malas” per se.
Está el caso de Gmelina arbórea, que bien portada, ha sido una especie introducida de la nadie se queja.
¿ Qué ocurre entonces con muchas otras especies forestales ?
Que únicamente se introdujeron, sin los ensayos y monitoreo obligados para conocer sus comportamientos. Y después, cuando ya se tornaron en un posible problema, nadie se hace responsable.
Eventualmente se asume la inmediatez y no sus consecuencias. Se han introducido especies australianas que vienen de condiciones más agrestes que las mexicanas y que, por ende, son más agresivas y tienden a desplazar a las nativas, al apoderarse de su entorno.
Eso es como invitar a comer a un glotón y luego quejarse de que no dejó algo a los demás.
Sin embargo, las especies no pueden ser clasificadas como “malas” o “buenas”.
En el caso de los eucaliptos, que si bien son especies que pueden desecar terrenos por sus altos requerimientos de agua y ser alelopáticas, también es innegable su capacidad generadora de biomasa y, por ende, de fijación de carbono atmosférico y de producción de fibra maderable para usos varios. Por lo que lo “bueno” o lo “malo” de una especie, depende de para qué se les utiliza y en dónde se le establece; y si se realiza el seguimiento necesario a través del tiempo (monitoreo).
Consecuentemente, no hay “buenas” y “malas” especies forestales, sino “buenas” y “malas” decisiones técnicas al respecto, que en muchos casos toman, desafortunadamente, políticos designados en puestos que deberían ser ocupados por ingenieros forestales.
Para evitar tal problemática, en el futuro debería existir una norma oficial mexicana que obligue a los introductores de especies exóticas a monitorear su comportamiento y a reparar sus posibles daños colaterales, conforme a derecho ambiental mejor convenga.
Cabe apuntar que las especies nativas no escapan a estas observaciones, por lo que también deberán ser consideradas.
Es cierto que si la naturaleza lo hubiese “querido”, existirían naturalmente eucaliptos en México, como hay pinos, encinos y cactáceas, a nivel de centro de origen y diversidad genética. Sin embargo, eso no hace a las especies exóticas “malas” per se.
Está el caso de Gmelina arbórea, que bien portada, ha sido una especie introducida de la nadie se queja.
¿ Qué ocurre entonces con muchas otras especies forestales ?
Que únicamente se introdujeron, sin los ensayos y monitoreo obligados para conocer sus comportamientos. Y después, cuando ya se tornaron en un posible problema, nadie se hace responsable.
Eventualmente se asume la inmediatez y no sus consecuencias. Se han introducido especies australianas que vienen de condiciones más agrestes que las mexicanas y que, por ende, son más agresivas y tienden a desplazar a las nativas, al apoderarse de su entorno.
Eso es como invitar a comer a un glotón y luego quejarse de que no dejó algo a los demás.
Sin embargo, las especies no pueden ser clasificadas como “malas” o “buenas”.
En el caso de los eucaliptos, que si bien son especies que pueden desecar terrenos por sus altos requerimientos de agua y ser alelopáticas, también es innegable su capacidad generadora de biomasa y, por ende, de fijación de carbono atmosférico y de producción de fibra maderable para usos varios. Por lo que lo “bueno” o lo “malo” de una especie, depende de para qué se les utiliza y en dónde se le establece; y si se realiza el seguimiento necesario a través del tiempo (monitoreo).
Consecuentemente, no hay “buenas” y “malas” especies forestales, sino “buenas” y “malas” decisiones técnicas al respecto, que en muchos casos toman, desafortunadamente, políticos designados en puestos que deberían ser ocupados por ingenieros forestales.
Para evitar tal problemática, en el futuro debería existir una norma oficial mexicana que obligue a los introductores de especies exóticas a monitorear su comportamiento y a reparar sus posibles daños colaterales, conforme a derecho ambiental mejor convenga.
Cabe apuntar que las especies nativas no escapan a estas observaciones, por lo que también deberán ser consideradas.
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