La
firma de convenios vinculantes, que el gobierno mexicano signa alegremente
porque buscan, se dice, conservar los recursos naturales para las generaciones
futuras, a las que simultáneamente se les traslada deuda externa (alguna
impagable), que hace suponer que pagarán, ante insolvencia, con los recursos
que se busca conservar, con beneficiario final en el gran capital.
La
firma del convenio CITES (Convention on International Trade in Endangered
Species of Wild Fauna and Flora), impulsó nuestra NOM-Semarnat-59, donde se
incluyen especies por decisión política, desconociéndose por qué no se hacen
esfuerzos por sacarlas, puesto que, teóricamente, no debería haber especies
amenazadas ni en peligro de extinción; y menos aún, listas crecientes.
Brillan
por su ausencia las unidades de reproducción de las especies que se dice se
busca proteger, lo que genera, en los hechos, listas negras con las que aumenta
el valor de las especies en ellas, en los mercados especulativos de tráfico de germoplasma.
¿
Pero cuales vaivenes ?.
La
asimilación del Cupressus lindleyi
(cedro blanco) con Cupressus lusitanica,
tornó legalmente intocada a esta especie, aun cuando el propio gobierno estableció
plantaciones masivas de ella en los años
cuarenta, con fines reforestadores; y no se trata de bosque naturales, sino
plantados.
Quieren
combatir el cambio climático, pero proscriben especies cuya rusticidad ha
probado ser adecuada en el pasado mediato.
La
inclusión del Cedrella odorta (cedro
rojo) como especie que además está regulada por la ley de vida silvestre, con
decisiones centralizadas en la dirección general de vida silvestre en la ciudad
de México; que también abarca a la vegetación, pues vida silvestre es todo lo
no cultivado, animal o vegetal, debe ser gestionada a través a UMA’s.
Ahora
que inicie el proyecto de un millón de hectáreas del programa “sembrando vida”,
que correctamente debería ser “plantando vida”, se tendrán que registrar como UMA
todos los solares en donde sea establecido el cedro rojo, para ver si después
dejan a sus dueños cosecharlo.
El más sonado fue la asimilación de Pinus
ayacahuite como Pinus strobiformis,
que duró poco, porque los genios de la NOM 59 no repararon en la cantidad de
hectáreas plantadas con el denominado árbol mexicano de Navidad y que la
presión política que ejercieron las asociaciones de plantadores, obligó su exclusión
de tal NOM, lo que mueve a pensar que la supuesta protección de las especies no
obedece a una necesidad real, sino a caprichos que son mantenidos o cancelados,
según la fuerza política o mercantil de los actores.
Vamos
a ver en que concluye el asunto del cedro rojo, pues ya se habla de su salida. Si el Banco de México hizo un billete
conmemorativo de quinientos pesos, tal vez el comité de la NOM 59 libere especies para el programa estratégico “consentido”.
Después
de 10,000 años, el enfoque agronómico de domesticación de especies, que originó
la agricultura (incluidas la etnobotánica y la etnozoología), parece ser el mejor
enfoque de conservación natural, más que la generación de listas negras que
solo benefician a los traficantes de las especies en ellas, que lucran con los
precios especulativos que las mismas les posibilitan.
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