Dicen que, eventualmente,
“los árboles no dejan ver el bosque”, como referencia a la proclividad por la
extracción única de la madera, de la multitud de recursos y productos
forestales que constituyen la biodiversidad de los “bosques” mexicanos, según
clasificación del maestro Jerzy Rzedowski.
Tal es el caso de Erygium carlinae F. Delarroche, mejor
conocida como “hierba del sapo”, que Erik Estada Lugo del Departamento de
Fitotecnia de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh) ha vuelto tan famosa, por
sus usos herbolarios o de fitoterapia, ampliamente conocidos.
Resulta que la hierba en
comento, está presente en muchos bosques de clima templado del eje volcánico
transversal y seguramente en otros con presencia de pinos, principalmente del
grupo Rudis, de donde la extraen para su comercialización.
Además de esta hierba, en prácticamente todos los
bosques de México hay ejemplos de herbolaria
o fitoterapia de origen forestal,
usada ancestralmente para la cura de ciertos padecimientos.
Solo por citar dos ejemplos
de plantas forestales no maderables, usadas como remedios efectivos., está la
“hierba del apache” o “hierba del indio” (Aristolochia
wrightii Seem.) y la “chucaca” o “lechuguilla de la sierra” (Packera candidissima (Greene) W.A. Weber & Á.
Löve), en los bosques del Estado de Chihuahua.
Confiamos en que la SEMARNAT,
quizá a través de CONAFOR, se concentre en el estudio de la herbolaria forestal
de México, a efecto de abrir a la población que habita los bosques de México alternativas
para patentar sus recursos genéticos, más allá de las denominaciones de origen,
antes de que las farmacéuticas, con apoyo de los créditos de los organismos
multilaterales y otros instrumentos de la globalización, como son los convenios
internacionales vinculantes, con el
auxilio de algunas ONG’s que les sirven, se adueñen de ellos, aduciendo gastos
de investigación; y los patenten en beneficio de “todos”, con jugosas ganancias
monetarias únicamente para ellos.
Y no se repitan casos
tristemente célebres como el del café, en litigio judicial añejo entre Etiopia
y los dueños de los genes, debidamente patentados, pues México firmó el
convenio vinculante sobre biodiversidad biológica de Nagoya (2010) y los
promotores de la hasta hace poco fallida ley de biodiversidad, no van a quitar
el dedo del renglón.